Diego Armando Maradona: 1960 ♾️



Por: DAMIÁN ALVARADO.

Diego Armando Maradona. 1960 ♾️

Acaso pasó así.

Dicen que murió durmiendo, que se fue solo a la noche a su habitación y se acostó. No tenía hambre, ni deseo de estar con nadie. Quiso irse solo a dormir. Alejarse de todos.

Acaso los dioses también sueñan. Acaso, mientras dormía  soñó. Soñó con un enorme rectángulo, cuyo verde despedía luz propia. Alrededor en las gradas, no entraba un alma más.

El ruido de los cantos y los gritos de esas infinitas voces, las escuchaba acaso en el sueño como un silencio ensordecedor. Esas voces -las del equipo contrincante y la del suyo- (la de los suyos, su pueblo)- acaso le inflaron el pecho. 

Entonces acaso fue cuando distinguió en el sueño -con una claridad como de cuadro recién pintado- el rostro del negro Enrique. Sus ojos brillaban, con esa misma luz propia que tenía la cancha y buscaban los ojos de él.

Bajó un poco la mirada y vio que el negro tenía la pelota. Era un sol. Y como el sol era luz de vida. Y los contrincantes, moscas alrededor de la manzana, se la querían sacar.

Entonces fue cuando sintió el por qué de esa mirada y en un segundo eterno, sintió cómo el negro le pasaba la pelota para alejarla de las moscas.

En el sueño, ÉL la recibió. Cuando sus tapones la pisaron suavemente para controlarla, acaso sintió que más que un sol estaba teniendo al planeta entero, con todos sus pueblos, con todas las culturas, que todos los ojos del mundo, estaban concentrados ahora en él.

Acaso siguió soñando esto y una sonrisa se le dibujó mientras dormía.

Recibió la pelota, el mundo casi a mitad de la cancha y de espalda al arco. Dos fueron a marcarlo para intentar -lo que él ya sabía que iba a ser imposible- quitársela.  La pisó para girar y ponerse de espalda a uno de ellos y avanzar hacia el arco, esquivando al otro, con una velocidad que los dos marcadores, no pudieron hacer nada.

Agarró por la derecha y ya pasó la mitad de cancha. Sintió cómo los dos jugadores, más otro que apareció, se iban quedando cada vez más lejos de él. Sintió entonces también en este sueño, cuánto extrañaba correr.

Era como una chita, como una liebre eléctrica, cerca del lateral derecho, inalcanzable, con la pelota atada a sus pies. Iba tomando las decisiones, a la par que corría y saltaba. 

En el sueño vio a un compañero cerca, pero creyó que acaso lo mejor fuera avanzar él mismo con la pelota hacia el arco. Los otros estaban esperando que se la tocara a alguien menos veloz. Siguió él, esa luz era suya, esa pelota era ahora su mundo.

Apareció otro de frente. Entonces amagó brevemente ir para la derecha, pero fue hacia la izquierda y lo pasó. En el sueño ya podía ver el área, como un aura. Amagó nuevamente. Esta vez hizo que el otro contrincante que venía de frente pensara que se le iba a pasar al Burru, que estaba a su izquierda, pero fue con la pelota hacia la derecha a una velocidad, que ya no era de este mundo.

Se metió en el área, en su luz. Sentía el peso de dos contrincantes atrás que intentaban lo que él sabía que nadie podría lograr. Tenía opciones, las más sencilla sintió que era pegarle al arco desde ahí, con su pie derecho.  

Pero este dios no es diestro. 

Le vino entonces la imagen de cuando habló con un jugador que admiraba, zurdo como él. Esa vez habían acordado que los zurdos eran divinos, porque lo que ellos hacen con su pie izquierdo, un diestro no lo puede hacer.

Entonces en lugar de patear al arco con la derecha, decidió avanzar en ese sueño. El arquero también decidió avanzar contra él, con desesperación. Él lo vio venir. Cuando estuvo cerca, lo pasó como se da vuelta una página. Ya estaba solo él con el arco y su luminiscencia. Sintió que se caía, porque un pie desde atrás lo tocó.

Entonces soltó la pelota para que entrara al arco rival, con los contrincantes en el pasto impotentes. Y él vio que entró mientras se caía, pero se levantó rápido.

Y se iluminó aún más el arco como una estrella de fuego. Los palos del arco eran de oro y tenían luz propia. Y escuchó el gol, el grito de miles de personas. Pero vio que la hinchada del estadio se convirtió también en luz, se convirtió también en almas. Son las almas -sintió- de argentinos, las almas también -por qué no- de ingleses, que estuvieron ese día, viendo ese partido que, más que un partido, es el partido, como un ajedrez en el que se pudo hacer jaque al rey o, en este caso, a la reina. Entonces acaso sintió que también estaban ahí las almas de los combatientes, festejando, alzando banderas celestes y blancas.

Esa pelota que entró fue la llave. Se abrió el arco, se abrió la puerta. 

Entonces vio que estaba levantando la copa, mientras a él también lo alzaban las manos de sus compañeros. Él estaba de nuevo, por fin levantando la copa. La que siempre soñó en vida, la que siempre extraño, por la que siempre vivió. Y miró hacia el cielo azul y vio una intensa luz. Y miró la copa y también estaba hecha de esa luz. Y esa luz de la copa, se proyectaba hacia el cielo como un puente. 

Entonces él sintió que se elevaba, ligero más que cuando se gambeteaba a los jugadores y entonces entendió toda la magia de la metáfora de Víctor Hugo Morales y se sintió realmente un barrilete cósmico. Siguió elevándose, yéndose hacia arriba. Y la gente, todas esas almas, gritando, aplaudiéndolo, agradeciéndole. 

Todo era fiesta, paz y luz. 

Pudo ver a sus compañeros que quedaron abajo en la cancha. Le estaban sonriendo. Siguió elevándose hacia el cielo, porque ese gol era la llave. Finalmente, llegó al inicio de la luz. Y entonces, arriba, sintió la otra luz. 

Acaso fue entonces, cuando vio que había otros allí viendo esa luz. Acaso vio a quienes hacía tiempo que no veía. Vio a sus compañeros que se habían ido primero, el Tata y el Cuchu. Y se abrazaron de una forma que no se puede hacer en este mundo.

Entonces la vio. Era su vieja. Y besó a doña Tota de una forma que no se puede hacer en este mundo. 

También vio a don Diego, su viejo, e hizo anhelante lo mismo. Y estaban todos los que había perdido. Y se abrazó con todos. 

Y todo era luz. Y su felicidad, finalmente, fue plena. Y tuvo una eterna paz.

Acaso pasó así. Acaso los dioses también sueñan.

Comentarios